La Casa Gran

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El Manzil de Mislata

-antepasado de la Casa Gran-

Para descubrir los orígenes de la Casa Gran de Mislata, debemos retroceder muchos siglos, hasta los tiempos del Cid. Algunos historiadores arabistas mencionan a un personaje llamado Isaben Muzaben Said, apodado "el Manzelí", un alto jurisconsulto de la ciudad de València cuya residencia se encontraba en un pequeño caserío conocido como Manzel Ata.Este nombre deriva del árabe manzil, que significaba "mansión" o "posada", y de Ata, probablemente el nombre de su propietario.

Durante la dominación musulmana, los manziles eran lugares de descanso situados junto a los caminos principales, donde los viajeros podían encontrar comida, reposo y alojamiento. No era una costumbre nueva: ya en época romana existía el sistema de postas, albergues levantados a lo largo de las calzadas imperiales para facilitar el transporte y la comunicación entre ciudades. Los árabes heredaron y perfeccionaron esa red de paradas.

Por eso no sorprende que el Manzil de Mislata se levantara precisamente en este punto estratégico, atravesado por el antiguo camino hacia Requena por la ruta de las Cabrillas, en lo que más tarde sería el Camino Real de Castilla.
Un testimonio literario de gran valor nos lo aporta el poeta musulmán Muhammad Ibn al-Abbar, quien, tras la conquista cristiana de València por Jaime I, lamentaba la pérdida de su tierra con estas palabras:
"¿Dónde están Valéncia y sus casas...?

¿Dónde están los lugares de Ruzafa, Djisr, Manzil Ata y Manzil Nars...?"

Su verso no solo da fe de la existencia del Manzil Ata, sino que confirma su relevancia en la red de asentamientos musulmanes de la zona.

El trazado del antiguo camino romano —y más tarde árabe— pasaba por donde hoy se extiende la calle Mayor de Mislata, eje principal del municipio. En ella, los viajeros encontraban una parada obligatoria antes de continuar hacia el interior. 

Tras dejar atrás las últimas casas, el camino se abría en abanico formando el espacio que hoy conocemos como Plaza de la Constitución. La disposición triangular de las viviendas y solares en esa zona sugiere que allí existió un edificio importante, probablemente aquella posada o mansión musulmana que, con el tiempo, daría origen a la Casa Gran.

Desde ese lugar privilegiado, en plena ruta del Camino Real de València a Madrid, la construcción vigilaba el tránsito constante de carros y diligencias que bajaban por la actual calle del Cristo de la Fe —antiguamente José Pomer—.

Todo indica que el Manzil Ata fue la residencia del propio Manzelí, o al menos una posada vinculada a su linaje. Las evidencias históricas y el propio urbanismo de Mislata parecen reforzar esa hipótesis.
Aún hoy, en las calles y plazas actuales, pervive el antiguo trazado que ya usaron romanos, árabes y cristianos. El camino sigue ahí, testigo silencioso de las civilizaciones que pasaron por él, y quizá también de aquella alquería musulmana que, siglos más tarde, sería la base sobre la que se levantaría la Casa Gran de Mislata, símbolo de poder y continuidad histórica.


Para descubrir los orígenes de la Casa Gran de Mislata, debemos retroceder muchos siglos, hasta los tiempos del Cid. Algunos historiadores arabistas mencionan a un personaje llamado Isaben Muzaben Said, apodado "el Manzelí", un alto jurisconsulto de la ciudad de València cuya residencia se encontraba en un pequeño caserío conocido como Manzel Ata.Este nombre deriva del árabe manzil, que significaba "mansión" o "posada", y de Ata, probablemente el nombre de su propietario.

Más que una leyenda, el Manzil de Mislata es una huella tangible del pasado, un punto de partida en el que la historia y la geografía se unen para recordarnos cómo nació el corazón de nuestro pueblo. 

La Casa Gran

-Símbolo de la Baronía-

La Casa Gran de Mislata fue uno de los edificios más representativos de la antigua baronía y un verdadero emblema del poder señorial. Su origen exacto es incierto: algunos autores, como el historiador Martínez Aloy, la sitúan en el siglo XVII, mientras que otros sostienen que ya existía antes de la conquista de València en 1238. Es probable que el edificio se alzara sobre estructuras anteriores —quizá la antigua alquería musulmana del Manzil Ata— y que más tarde fuera reparado o reconstruido por el Conde de Aranda para ser habitado.
Fue Pedro Ximénez de Urrea, X Conde de Aranda, quien decidió abandonar el viejo castillo de la Morería, sede original de la Señoría, y trasladar su residencia a la Casa Gran. Sin embargo, aquella fue una residencia teórica: por su condición nobiliaria y su servicio a la Corona, los señores de Mislata raramente la habitaron de forma permanente. 

Casa Gran a mediados de la década de 1950. / Fotografía de: Luis B. Lluch Garín.
Casa Gran a mediados de la década de 1950. / Fotografía de: Luis B. Lluch Garín.

A lo largo de su historia, la Casa Gran fue escenario de varios episodios bélicos que dejaron huella en la memoria local.
Durante la Guerra de la Independencia, cuando las tropas españolas tuvieron que replegarse ante los franceses, el mariscal Suchet tomó posesión de Mislata y de los pueblos cercanos, instalando su cuartel general en la Casa Gran. Las crónicas mencionan cómo los soldados franceses, con mochilas, fusiles y cartucheras, paseaban por los alrededores de la plaza mientras el general ocupaba el edificio.
Décadas más tarde, durante la Revolución Cantonal de 1873, el general Martínez Campos emplazó en Mislata sus morteros para bombardear Valéncia. Una vez más, la Casa Gran sirvió de Estado Mayor, testigo silencioso de los acontecimientos que sacudieron la historia. 

Aunque el tiempo, las guerras y las reformas alteraron su aspecto original, la Casa Gran siguió siendo durante siglos símbolo del poder señorial y testigo de la historia local. En su fachada, en sus arcos ocultos bajo la cal y en sus muros desgastados, permanecían las huellas de la antigua baronía de Mislata, de su esplendor y de su inevitable transformación. 

El edificio

-un recorrido por sus entrañas-

La Casa Gran destacaba por su aspecto sobrio y defensivo. Contaba con dos torres flanqueantes sin capitel, a modo de atalayas, y un viejo matacán en la fachada apropiado para colocar la bandera o estandarte de la baronía o también utilizado para depositar el agua o aceite hirviendo y donde existía un agujero por donde se podía arrojar desde lo alto, en caso de defensa contra un posible ataque enemigo, sin que pudiera ser alcanzado por arma arrojadiza. La puerta principal, cuadrada en su última etapa, había sido originalmente de medio punto, construida en sillería, aunque el arco quedaba oculto bajo varias capas de cal al igual que en el piso superior podían verse dos balcones también con arcos de medio punto ocultos tras las capas de cal.

A mediados del siglo XX, su exterior aún conservaba las huellas de su pasado, pero el interior había sufrido múltiples transformaciones. De su aspecto original solo sobrevivían la escalera de piedra y el gran arco rebajado que sostenía la entrada principal. Con el paso del tiempo, los distintos propietarios fueron modificando el interior según sus necesidades. A finales del siglo XIX, el edificio dejó de ser una residencia señorial y pasó a albergar diferentes inquilinos, lo que provocó reformas continuas y la división de sus espacios.

El zaguán se encontraba ligeramente por debajo del nivel de la plaza, pues antaño el suelo de la calle estaba más bajo. Cuando el pavimento fue elevado para facilitar la evacuación de aguas hacia la calle del Cristo de la Fe, la puerta quedó hundida respecto al nuevo nivel. El interior era espacioso, con altos techos que alcanzaban los 10 o 12 metros en la zona central. Desde allí, una trapa de madera con polea permitía subir los productos del campo hasta el segundo piso, donde se almacenaban.
Dos escaleras comunicaban la planta baja con los pisos superiores, unidos originalmente por un corredor perimetral que recorría toda la vivienda. Con el paso del tiempo, dicho corredor fue cortado para habilitar viviendas independientes, lo que llevó a la apertura de nuevas entradas al edificio.

En la parte que daba a la calle del Cristo de la Fe existía una habitación rectangular de suelo de tierra, con ventanas a la calle, que probablemente sirvió en otro tiempo como bodega. En el lado opuesto se conservaba una gran chimenea en forma de campana, con bancos de madera a ambos lados. La amplitud del edificio permitía disponer de varias cocinas y comedores, además de espacios reservados para reuniones o celebraciones.


En la parte trasera se abría un amplio corral, donde destacaba un pozo de piedra —más tarde cegado— y una gran pila utilizada para tareas domésticas. En reformas posteriores se abrió una puerta desde la calle del Cristo de la Fe para acceder directamente al patio y almacenar materiales.

Hasta su demolición, la Casa Gran conservó el empaque y la dignidad de un edificio medieval, reflejo de la autoridad que los barones de Mislata imprimieron al pueblo. Su posición dominante frente a la plaza le otorgaba una visión privilegiada y facilitaba la entrada de carros y caballerías. 

La última etapa de la Casa Gran

-un patrimonio perdido-

Alrededor de 1958, la familia Alegre, propietaria del edificio, abandonó la Casa Gran tras venderla a la familia Alcón. Con el paso de los años, la casa perdió el encanto y el carácter señorial que en otro tiempo imprimieron los nobles que la habitaron. Posteriormente pasó a manos de otra familia de Mislata, que presumiblemente la adquirió con la intención de derribarla y construir un nuevo inmueble.

Sin embargo, aquel propósito no llegó a materializarse pues el Ayuntamiento de Mislata denegó el permiso de derribo por tratarse de un edificio emblemático e histórico, protegido como parte del Patrimonio Cultural de la Villa.
En 1961, los propietarios vendieron el edificio al municipio. Durante años, la casa se mantuvo en pie, aunque cada vez más deteriorada, hasta que en 1974 el propio Ayuntamiento ,en una decisión que provocó gran controversia, ordenó su demolición, levantando en su lugar el actual edificio consistorial. 

En los años previos a su derribo, la Casa Gran había entrado en un evidente proceso de abandono. Las prioridades del consistorio se dirigían más hacia la modernización urbana que hacia la conservación patrimonial, y eso precipitó su ruina.
Las opiniones sobre la calidad de los materiales y sobre el destino de las piezas tras su demolición fueron muy dispares. Durante un pleno celebrado el 31 de julio de 1971, el alcalde Sr. Molina propuso conservar al menos el arco central del edificio, desmontando sus piedras para volver a montarlo en otro lugar. Sin embargo, aquella propuesta nunca se llevó a cabo. Tras el derribo, muchas de estas piezas se trasladaron a los almacenes municipales, donde finalmente desaparecieron.
Solo un elemento logró salvarse: el matacán, que fue "indultado" y recolocado en la parte alta de la fachada del actual Ayuntamiento, como símbolo y recuerdo de la Casa Gran desaparecida.

El anuncio oficial del derribo, en 1974, generó gran polémica en los círculos culturales valencianos. El diario Las Provincias, el 14 de marzo de 1975, dedicó una página completa a denunciar la pérdida del edificio histórico. El artículo, firmado por Lisard Arlandis y titulado "El espíritu y el cemento", incluía fotografías del autor y un texto que reflejaba la indignación general:

"Pero ahora, por desdicha, le ha llegado el turno a la Casa Gran de Mislata.
Este palacio era un edificio del siglo XVII que hicieron construir los Barones de Mislata para convertirlo en su residencia habitual, al tener que abandonar su viejo castillo de la Morería.
El desaguisado ha sido consumado. Ahora, sobre el solar, un vergonzoso INRI…

(...)
Todo puede hacerse. Todo, menos convertir un palacio como la Casa Gran en Museo Histórico de la Villa, en Biblioteca Pública o en Casa de Cultura.
Porque a veces uno piensa que todo esto sobra. El espíritu nada vale. Pero el cemento sí."

La crítica de Arlandis fue compartida por numerosos intelectuales y vecinos. Aun así, la decisión fue irreversible. La Casa Gran fue demolida, y en su solar se levantó una mole de hormigón, el edificio que hoy alberga el Ayuntamiento de Mislata. Desde la venta de 1961 hasta la demolición en 1974 transcurrieron más de catorce años de deterioro, en los que faltó ese "espíritu de conservación del patrimonio" que la salvó décadas atrás.

El solar de la Casa Gran tras su derribo en 1975.
El solar de la Casa Gran tras su derribo en 1975.


A la sombra de la Casa Gran transcurrieron episodios importantes: guerras, levantamientos, procesiones y fiestas populares. Fue testigo de la vida y el devenir de Mislata durante siglos. Hoy, pese al paso del tiempo y a su desaparición física, la Casa Gran sigue viva en la memoria colectiva de los mislateros, como símbolo de un pasado feudal y de una identidad que aún late en las calles de Mislata.
Su historia es también una advertencia: la de que cada piedra derribada borra parte de lo que somos, y que la verdadera modernidad consiste en conservar lo que nos define.

Fuentes consultadas:

-La Mislata de otros tiempos - Luis Mañas Borrás