La Orden de La Merced en Mislata

En una antigua casa de la calle Mayor de Mislata, aún puede verse incrustado en la fachada el escudo de la Orden de la Merced. Nadie sabía exactamente que hacía allí ni desde cuando. Sin embargo, su presencia nos conecta con un personaje y una historia olvidada: la de Gaudencio Serrano, un vecino de Mislata del siglo XVIII cuya generosidad dejó una profunda huella en el paisaje, la Iglesia y la estructura rural de la época.

El legado de un hombre piadoso.

A través de archivos, testamentos y libros antiguos, sabemos que Gaudencio Serrano fue un importante terrateniente, vinculado a la familia Llaurador, de profundas raíces mislateras. Aunque no se sabe si nació en el pueblo, sí murió en Mislata. Fue reconocido por su devoción religiosa, su generosidad con la parroquia y su estrecho vínculo con el Convento de Ntra. Sra. de la Merced de Valéncia, al que donó una parte importante de sus propiedades.

El desaparecido Convento de la Merced en el Plano del Pare Tosca.
El desaparecido Convento de la Merced en el Plano del Pare Tosca.

Su testamento de 1748 da fe de estas donaciones y muestra un verdadero compromiso con su comunidad: destinó rentas para la celebración del Corpus y el Santísimo Sacramento, dejó comida para los presos pobres y cedió casas, alquerías y  campos a la Orden.

Más allá de sus posesiones, Gaudencio Serrano destacó por su sentido de la justicia social y religiosa distribuyendo rentas en favor de la parroquia de Mislata, garantizando alimento a los pobres y manteniendo las festividades religiosas del pueblo. Su figura, olvidada por la historia, representa la unión entre devoción, economía rural y estructura social en la Mislata del siglo XVIII.

Su historia nos recuerda que detrás de un simple escudo de piedra puede haber toda una vida de compromiso con la tierra, la fe y su comunidad.

La Orden de la Merced en Mislata

Algunos inmuebles de su propiedad fueron entregados simbólicamente al Convento de la Merced, como refleja un curioso episodio de 1752 que tuvo lugar en la vivienda de la calle Mayor anteriormente citada: 

Escudo de la Orden de la Merced.
Escudo de la Orden de la Merced.

"el Procurador del convento entró y salió de otra casa y tomó las llaves, seguidamente abrió la casa en cuestión y echó fuera a los que estaban en ella, de una manera quieta y pacíficamente sin impedimento de persona alguna. Encontrándose presente Francisco Gradolí, labrador y vecino del lugar de Mislata, el otro Procurador se expresó que reconociese por verdadero dueño y señor de la misma al Convento de la Merced, su Principal, y que los pagos se fuesen teniendo de la expresada casa, los pagase a este y a otra persona alguna, quien así lo prometió cumplir." 

Se trataba de un ritual simbólico, típico de la época, que se realizaba en presencia del notario y los labradores de la zona.

De la casa con el escudo en la calle Mayor, se dice en el testamento:

"...Una casa y parte de ella derruida, en la calle Mayor, a la entrada de la Plaza y que linda con otra casa y corral, de Baltasar Albornoz, con el callejón que cae al camino de las viñas, y por las espaldas con un pedazo de tierra convertido en la posesión antecedente, que antes era huerto de la otra casa y recayente en otro legado dejado por el referido difunto Gaudencio Serrano."

Calle Mayor de Mislata a principios del siglo XX. A la derecha la esquina con la calle de la Estación, anteriormente llamada "del cementerio", "Camino de las Viñas" o "Azagador de Zamarra".
Calle Mayor de Mislata a principios del siglo XX. A la derecha la esquina con la calle de la Estación, anteriormente llamada "del cementerio", "Camino de las Viñas" o "Azagador de Zamarra".

En total, su legado incluía alquerías, hanegadas de huerta, algunas con olivos y moreras, balsas de cáñamo, en las Partidas de San Miguel de Soternes, Paquillo, Almacil, Camino Real, Horts, Molí de Cabot o Canaleta, además de algunas viviendas.

La Mislata de entonces era una sociedad agraria jerarquizada, donde la mayoría de tierras pertenecían al clero o a una minoría de nobles y terratenientes, como Gaudencio Serrano.

Los campesinos, aunque cultivaban las tierras, solían ser arrendatarios. Pagaban rentas anuales en dinero o especias, y muchas veces también limosnas y derechos religiosos establecidos en los testamentos. Algunos accedían a la propiedad tras años de trabajo y arrendamiento; otros, sin medios, debían trabajar como jornaleros, vendiendo su fuerza laboral para poder sobrevivir.

El escudo de la Merced hallado en la casa de la calle Mayor podría estar allí desde tiempos de Gaudencio Serrano. Era común en la época, que al recibir una donación, los frailes fijaran el escudo mercedario en la fachada como señal de propiedad espiritual y patrimonial.

Los mercedarios descalzos, religiosos austeros y caritativos, administraron durante décadas las tierras donadas, utilizando las rentas para obras de caridad y para poder sustentar los conventos.

Los rituales de posesión

-cuando la tierra se tomaba con las manos-

En el siglo XVIII, la toma de posesión de una propiedad no se limitaba a firmar papeles: se realizaba un ritual simbólico, cargado de solemnidad, que tenía siglos de tradición.

Por ejemplo, en el año 1752, el notario José Font dejó constancia de como el Procurador del convento tomó posesión de una casa y unas tierras que habían sido legadas por Gaudencio Serrano. 

El acto se desarrolló de la siguiente manera: el procurador entró y salió varias veces de la casa y otras propiedades, cavó y rompió algunas ramas o varas de los árboles de los campos, como las de garroferas o moreras, tomó un puñado de tierra con sus manos y lo arrojó al aire, caminó por los lindes de la tierra para marcar el dominio, sin oposición de nadie. En algunos casos, expulsó simbólicamente a quienes estaban dentro, como gesto legal de traspaso de propiedad.

Este tipo de ceremonia tenía como fin visibilizar públicamente que esa casa o ese campo pasaban a formar parte de la propiedad del convento. Era común que estuvieran presentes testigos vecinos del pueblo, como labradores o antiguos arrendatarios, quienes reconocían la autoridad del nuevo propietario y aceptaban las nuevas condiciones de pago de rentas.

Esta ceremonia contaba con siglos de tradición y la historia se refiere a este ritual de la siguiente forma:

"Consiste en el paseo por el núcleo urbano o la aprehensión del dominio sobre casas, bosques y explotaciones de cultivo. El señor, o su delegado, los realiza siempre acompañado de jurados y otros miembros del concejo y, en el caso de propiedades rústicas o urbanas, están presentes los usufructarios de las mismas. En las villas, el paseo se reviste de mayor solemnidad, al efectuarse rodeado de la mayor cantidad posible de vecinos. Los objetos de esta parte de la posesión son muy variados y diversos, y a la vez concretos e inmediatos y simbólicos, puesto que una parte de cada adquisición representa a la totalidad de ella. En las acciones hay un predominio muy acusado de aspecto sensorial y físico, primordialmente de le táctil, tomar la tierra en la mano, coger las ramas o las frutas de los árboles, etc."

Estas ceremonias no eran un simple formalismo: representaban la legitimidad del nuevo dueño, eran un símbolo de dominio directo sobre la tierra y tenían una carga emocional y comunitaria, pues participaban quienes trabajaban o vivían esas tierras. Esta ceremonia no eran solo un rito sino una declaración pública del poder sobre un territorio que pasaba de unas manos a otras.

El Caserón

-huellas de un pasado mercedario-

Antaño, en el número 25 de la calle de los Ángeles, sobre el arco de la puerta, se podía ver un escudo nobiliario labrado en piedra. Aquel símbolo formaba parte de El Caserón, un edificio de grandes dimensiones que ocupaba gran parte de la manzana y que, según la documentación, estuvo vinculado a los Mercedarios durante el siglo XIX, probablemente como casa-convento.

Extracto de un plano de los años 50 en el que se aprecian las dimensiones de El Caserón y el huerto perteneciente a éste marcados con los números 261a (edificio) y 261b (huerto).
Extracto de un plano de los años 50 en el que se aprecian las dimensiones de El Caserón y el huerto perteneciente a éste marcados con los números 261a (edificio) y 261b (huerto).

Construido entre los siglos XV y XVI, en tiempos del segundo Conde de Aranda, el inmueble destacaba por sus amplias estancias, una escalera principal que conectaba con la planta superior y un sótano que en otro tiempo sirvió como prisión o bodega. Sus dimensiones llegaban hasta la calle Santa Teresa, lo que permitía usos tanto residenciales como industriales.

El escudo, tallado en un pesado bloque rectangular, fue retirado durante una reforma y trasladado a una escombrera, perdiéndose con el tiempo la memoria de su origen. No es descartable que, como en otros casos de propiedades legadas al Convento de la Merced, aquel escudo marcara una antigua toma de posesión. 

El Caserón a mediados de la década de 1950. / Fotografía de: Luis B. Lluch Garín
El Caserón a mediados de la década de 1950. / Fotografía de: Luis B. Lluch Garín

Durante el siglo XX, el Caserón pasó por varias manos y funciones: fue industria de curtidos, taller de muebles y, finalmente, quedó en desuso hasta ser derribado y su solar parcelado para viviendas y locales.

Hoy solo queda el recuerdo escrito y algunas fotografías que nos hablan de una de las casas más emblemáticas de Mislata, testigo de la relación histórica entre la localidad y la Orden de la Merced. 

El Caserón a mediados de los años 60 utilizado como local para la venta de muebles.
El Caserón a mediados de los años 60 utilizado como local para la venta de muebles.

Fuentes consultadas:

-La Mislata de otros tiempos - Luis Mañas Borrás