
Las Fallas de Mislata.
Arte, pólvora y tradición
Las Fallas de Mislata son una de las expresiones culturales más vivas y participativas del municipio, una celebración que transforma la ciudad cada mes de marzo en un espectáculo de arte, fuego y tradición. Enraizadas en la identidad valenciana, las fallas unen a generaciones enteras alrededor del trabajo colectivo, la sátira, la música y la pólvora.

Durante varios días, las calles de Mislata se llenan de monumentos falleros, bandas de música, mascletaes y pasacalles que culminan con la cremà, cuando las esculturas de corcho y madera arden entre aplausos, emoción y pólvora, en un acto que simboliza el cierre del ciclo festivo, la renovación y la llegada de la primavera.
Más allá de su espectacularidad, las Fallas representan el espíritu comunitario valenciano. Las comisiones falleras son auténticas familias que trabajan durante todo el año para levantar sus monumentos, organizar actos culturales, colaborar en causas solidarias y colaborar en el mantenimiento de las tradiciones locales.

Hoy, las Fallas de Mislata no solo son una fiesta declarada Patrimonio Inmaterial de la Humanidad (como parte del reconocimiento mundial a las Fallas de Valéncia), sino también una muestra del talento artístico, la creatividad y el orgullo de todo un pueblo desde hace más de un siglo.

Historia y anécdotas de las Fallas de Mislata
Origen
-La primera comisión-

El origen de la fiesta fallera en Mislata se remonta al año 1926, en el histórico barrio de la Cruz, junto a la emblemática Cruz Cubierta de Mislata. Allí nació la primera comisión fallera del municipio, conocida entonces como la Falla de la Creu, o como se la llamaba fuera del municipio: la de Mislata, y que hoy en día conocemos oficialmente como Falla Creu i Mislata.
Durante décadas fue la única comisión fallera del pueblo, símbolo del esfuerzo y la creatividad de un grupo de vecinos que, inspirados por la expansión de la fiesta en Valéncia, decidieron plantar su primer monumento en el cruce entre la Cruz Cubierta de Mislata y la calle Valéncia. Aquella iniciativa marcó el comienzo de una tradición que con el tiempo se convertiría en una de las manifestaciones culturales más imporantes y queridas de Mislata.
La Replegà
-Una tradición fallera con sabor a pueblo-
Con el paso del tiempo, las Fallas de Mislata, como tantas otras del área valenciana, fueron modernizándose. Pero entre los recuerdos más entrañables de aquella época perdura una costumbre que marcó generaciones: la Replegà, también conocida como la apuntà. Este acto, hoy casi desaparecido, simboliza el espíritu popular de las primeras comisiones falleras y la cercanía con los vecinos.
Antiguamente, las comisiones recorrían las calles del barrio acompañadas por una charanga o banda de música, llevando consigo un capazo de esparto, junco o mimbre, donde recogían las aportaciones económicas de los vecinos. Eran tiempos en los que cada peseta contaba, y los falleros acudían casa por casa, recibiendo donativos o participaciones de lotería mientras repartían programas de fiestas o colgaban las tradicionales banderolas en los balcones. Aquella jornada se convertía en una auténtica fiesta de barrio, llena de música, risas y la emoción de preparar la fiesta fallera.
Uno de los ejemplos más antiguos documentados se remonta a 1939, cuando un grupo de músicos de la banda de Mislata salió a pedir colaboraciones para levantar una pequeña falla en la plaza Mayor, frente a la iglesia parroquial y la Casa Gran. Era un momento difícil: la Guerra Civil terminaría poco después, y aquella modesta iniciativa simbolizaba el renacer del espíritu fallero en un pueblo marcado por la escasez.
La tradición de la Replegà con su característico capazo era el reflejo de un tiempo en que las Fallas se hacían entre todos, con la colaboración del pueblo y la ilusión colectiva. Con el paso de los años, la llegada de nuevas comisiones falleras y los cambios en la organización fueron transformando esta costumbre. Las nuevas formas de recaudación hicieron que el uso del tradicional capazo se fuera perdiendo hasta casi desaparecer. Sin embargo, para muchos, la Replegà sigue siendo un símbolo de autenticidad y de ese espíritu popular que dio origen a las Fallas: una fiesta nacida del esfuerzo vecinal, del ingenio y de la alegría compartida en las calles.

Teresita Aledón Millares
-la mislatera que hizo historia como una de las primeras "Reinas de las Fallas"-

En los albores de la fiesta fallera moderna, cuando la pólvora y la ilusión empezaban a mezclarse con los desfiles, la música y las presentaciones, una joven de Mislata iba a convertirse en protagonista de una historia que marcaría un antes y un después en la evolución del papel de la mujer dentro del mundo fallero. Su nombre era Teresita Aledón Millares, nacida en Valéncia en marzo de 1916 y criada desde niña en el barrio de la Cruz de Mislata, donde su padre tenía un almacén de sacos.
Teresita creció en un ambiente familiar y vecinal muy ligado a las tradiciones del pueblo. En 1926, cuando apenas tenía diez años, fue testigo de un acontecimiento que marcaría la historia local: la fundación de la primera comisión fallera de Mislata.

En 1931 se incorporó a la fiesta una novedad que hasta entonces nadie había visto: la elección de una "belleza fallera" (Fallera Mayor de la comisión) y de una "Reina Fallera" (Fallera Mayor de Valéncia). El nombramiento para una representante de la comisión mislatera recayó en Teresita que contaba con solo quince años. Era el preludio de lo que hoy conocemos como Falleras Mayores.
Ese mismo año, 1931, Teresita Aledón representó a la Falla de la Cruz de Mislata en el concurso de las "Reinas de las Fallas de Valéncia", organizado por el recién creado Comité Central Fallero -embrión de la actual Junta Central Fallera-. El certamen, celebrado en los Jardines del Real, reunió a 94 candidatas procedentes de distintas comisiones. Teresita fue una de las once elegidas para la Corte de Honor, acompañando a la ganadora, Ángeles Algarra Azura, de la Falla de la Plaza de Calatrava.
El evento fue todo un acontecimiento social. Valéncia entera acudió a presenciar el desfile de las candidatas, vestidas con el traje regional, capas de encaje y flores. La música del pasodoble "El Fallero" puso el broche de oro al anuncio.
Teresita recordaría durante toda su vida aquel momento con emoción: su traje era de gasa rosa con encajes del mismo color, adornado con cintas y cuello de armiño blanco. Acudió al certamen en coche de caballos, acompañada por su padre y el presidente de la falla, Jesús Martínez. Aunque el título recayó en otra candidata, el nombre de Mislata sonó con orgullo entre las bellezas más destacadas de Valéncia.
En 1933, la historia de las Fallas daría un nuevo giro con la creación oficial de la Fallera Mayor de Valéncia y su Corte de Honor, formato que sustituyó al antiguo concurso de Reinas de las Fallas. Pero Teresita Aledón quedó para siempre como una de las precursoras de aquel movimiento, siendo recordada como una de las primeras representante femeninas del mundo fallero.

Su historia también refleja el carácter humilde de su familia. Cuando la falla de 1931 fue plantada frente al molino de arroz de Brusel, en la actual Avenida Blasco Ibáñez, una parte del monumento se vino abajo. Los vecinos, entre ellos los falleros de la Cruz, acudieron a casa de los Aledón con música para alegrarles y quisieron hacerles entrega de una cantidad de dinero como muestra de apoyo. Sin embargo, el padre de Teresita rechazó el dinero y lo donó a una familia necesitada del barrio, gesto que la comunidad nunca olvidó.
Décadas después, Teresita Aledón Miralles sería recordada como una mujer amable, elegante y discreta. Falleció ya centenaria, pero su legado sigue vivo. Su participación en aquel primer certamen de 1931 marcó el inicio de una nueva etapa en la historia fallera y colocó a Mislata en el mapa de las Fallas valencianas como cuna de una de las primeras bellezas falleras.
El extraño caso de la falla desaparecida
-Mislata, 1942-
Entre los recuerdos que conforman la historia fallera de Mislata, hay uno que pese al paso de los años, sigue arrancando sonrisas a quienes lo escuchan: la historia de la falla desaparecida. Un suceso real, ocurrido en las Fallas de 1942, protagonizado por un grupo de vecinos del barrio de la Cruz, que aquel año llevaron la broma más lejos de lo que nadie imaginó.

Ese año, la Falla de la Cruz de Mislata se plantó como siempre en su emplazamiento habitual junto a la calle Valencia y la Cruz Cubierta de Mislata. El monumento representaba una cabeza de mujer con la lengua fuera y una tijera abierta en actitud de cortarla, una sátira sobre la chismorrería y el exceso de habladurías, acompañada de una alocución que hacía referencia, con humor picante, a "la mujer y su abundante conversación".
Por aquel entonces, Mislata hervía en animación y rivalidades vecinales. No faltaban los comentarios entre comparsas y comisiones, y aquella falla provocó opiniones divididas: algunos la consideraban ingeniosa, pero otros decían que era de "poca gracia y escasa calidad".
Las críticas no sentaron bien a los jóvenes del barrio, que entre risas y un punto de travesura, decidieron darle una lección a los más habladores
-Xé, anem a furtar la falla! -exclamó uno de ellos entre copas.
Y dicho y hecho: aquella misma madrugada, los muchachos se dirigieron al lugar, se agarraron al bastidor y, con gran esfuerzo, levantaron el monumento y lo trasladaron fuera de la vista de todos, a una zona no visible junto al río.
Tras consumar la hazaña, los conspiradores se fueron a celebrarlo al Bar Riera, donde entre copas y risas comentaban la jugada, impacientes por ver la cara del vecindario al amanecer.
Cuando llegó la hora de la despertà, los vecinos se asomaron a los balcones para disfrutar del pasacalle, pero algo no encajaba. Al doblar la esquina de la calle Valéncia, donde debía alzarse el monumento, los falleros se detuvieron en seco.
-¿Y la falla? -gritó alguien-. On està la falla? Alguns fills de... ens l'han furtat!
La confusión fue total. Los vecinos corrían de un lado a otro buscando el monumento perdido, mientras los autores del "robo", ocultos tras los visillos, no podían contener la risa.
Aquel incidente no pasó a mayores. Al final, la falla y sus ninots fueron devueltos a su lugar de plantà, entre bromas y risas generales. La comisión de La Cruz aceptó el gesto con deportividad, y con el tiempo la anécdota quedó grabada como una de las historias más divertidas y entrañables de la historia fallera de Mislata.
Las Fallas de la riada
-Mislata, 1957-1958-

Tras la riada de 1957, Valéncia decidió seguir adelante con las Fallas, incluida Mislata. Pero en la comisión Calvo Sotelo-Isabel la Católica, falla hoy desaparecida que se plantaba en la actual avenida Blasco Ibáñez, estalló un desacuerdo: un grupo de jóvenes quiso relevar al entonces presidente de la comisión José García García. Al no haber acuerdo, se produjo una escisión. Ese mismo núcleo que se marchó fundó una nueva comisión y anunció que su monumento se plantaría en el cruce de las calles José Antonio (hoy calle Mayor) y Ramón y Cajal, frente al bar Record.
Ese cisma provocó que, por primera vez en Mislata se plantaron tres fallas:
-Falla de la Creu de Mislata.
-Falla Calvo Sotelo-Isabel la Católica.
-Falla Calvo Sotelo-Ramón y Cajal "la del Record".

La ruptura generó problemas prácticos: hubo que trazar límites territoriales para evitar solapamientos de pasacalles, recogidas y actos. La Junta Central Fallera y el Ayuntamiento de Mislata tuvieron que intervenir y fijaron una frontera muy concreta: la vía del ferrocarril Valéncia-Llíria (avenida Gregorio Gea) y la antigua Carretera de Torrent (avenida Blasco Ibáñez).
Estos problemas hicieron que lo anecdótico se volviera cotidiano: la Fallera Mayor de la comisión del Record, que vivía al otro lado de la vía, tenía que cruzar hasta el límite para que la banda de su propia falla pudiera recogerla "oficialmente". Otro traspiés administrativo llegó a la hora de desfilar en la Ofrenda, pues la nueva comisión no tuvo tiempo de registrarse para el pasacalle. Por suerte el problema fue resuelto "in extremis" gracias a la colaboración de dos comisiones de Valéncia, que la "cobijaron" entre sus filas para que la nueva comisión de Mislata no faltara a la cita.

Las Fallas de Mislata en la actualidad
Hoy, Mislata es un municipio plenamente fallero. Sus calles, barrios y plazas respiran pólvora, música y arte durante todo el año. Actualmente Mislata cuenta con once comisiones falleras, que integran la Agrupació de Falles de Mislata, bajo la demarcación de la Junta Central Fallera de Valéncia.

Las once comisiones de Mislata:
-Falla Creu i Mislata (1926) - la decana y origen de la tradición fallera local.
-Falla Felipe Bellver - Mare Rafols (1970)
-Falla Antonio Molle - Gregorio Gea (1972)
-Falla Pare Santonja - Cardenal Benlloch (1973)
-Falla Quint-Pizarro (1973)
-Falla Salvador Giner - Gregorio Gea (1974)
-Falla Plaça Pere María Orts i Bosch (1977), anteriormente Eduardo Marquina.
-Falla Doctor Marañón - Mestre Palau (1980)
-Falla l'Eliana-Cid (1981)
-Falla Plaça de la Morería (1983)
Cada comisión representa el alma de su barrio, con su casal como punto de encuentro social y cultural. Todas juntas dan forma al gran mosaico fallero de Mislata, una ciudad que vive las Fallas no solo como una fiesta, sino como una forma de identidad colectiva.
Una tradición viva durante todo el año
Las Fallas de Mislata no se limitan al mes de marzo: su actividad se extiende a lo largo de todo el año con pasacalles, presentaciones, concursos, loterías, campañas solidarias y una gran participación en las tradiciones locales.

Uno de los actos más representativos fuera del calendario fallero es la custodia anual de la Real Senyera y su traslado. Cada año, una comisión asume el honor de custodiar la bandera, símbolo de la identidad valenciana, hasta mediados del mes de mayo cuando la Senyera es trasladada en pasacalle desde el casal de la comisión saliente hasta el de la que asume el relevo, en un acto cívico lleno de orgullo y sentimiento valenciano.
Semana Fallera
-el corazón de la fiesta-

Durante la semana fallera, Mislata se convierte en una explosión de color, pólvora y música. Entre los actos más esperados se encuentran:
-La Plantà, cuando se alzan y cobran vida los monumentos en las calles.
-La Replegà, la heredera de l'Apuntà, antigua tradición de recoger colaboraciones casa por casa o local por local.
-Las Mascletaes, símbolo de la pasión mislatera por la pólvora, que ha valido al municipio el sobrenombre de "Catedral de la Pólvora".
-Los Castillos de Fuegos Artificiales, que iluminan las noches falleras.
-La Despertà, con la que los falles despiertan al pueblo al ritmo de petardos y charangas.
-El Cant d'Albaes, los pasacalles, las verbenas y discomóviles, que llenan las calles ambiente festivo.
-La Ofrenda de Flores, celebrada en dos momentos:
La primera, entre los días 17 y 18 de marzo, cuando las once comisiones mislateras marchan a Valéncia para participar en la gran Ofrenda a la Mare de Déu dels Desamparants, patrona de todos los valencianos.

La segunda, más íntima pero igualmente emotiva, se celebra el 19 de marzo en Mislata, con un recorrido por las calles del municipio que culmina en la Ofrenda a la Mare de Déu dels Àngels, patrona de Mislata, y a San José, patrón de los carpinteros y origen de la fiesta fallera.
-Y, por supuesto, la Cremà, que la noche del 19 de marzo despide el ejercicio fallero entre llamas, aplauso y emoción.
Una fiesta que es también comunidad
Más allá de la fiesta, las fallas mislateras son un motor de vida social y cultural. Sus comisiones colaboran con asociaciones vecinales, entidades culturales y proyectos benéficos, y participan activamente en eventos locales a lo largo de todo el año.
La combinación de tradición, arte, música y solidaridad hace de las Fallas de Mislata una celebración única, donde el fuego no solo destruye, sino que renueva, manteniendo vivo el espíritu fallero que comenzó en 1926 junto a la Cruz Cubierta de Mislata.

